Este
atleta de Kenya, Abel Mutai, estaba solo a unos metros de la meta pero
se confundió con los letreros y se detuvo pensando que había finalizado
la carrera. El atleta que corría detrás de él, el español Iván
Fernández, al darse cuenta de lo que sucedía, comenzó a gritarle que
continuara corriendo. Mutai no sabe español, por lo que no lo entendió.
Fernandez, reconociendo que Muray no lo comprendía, le dio un empujón para que continuara corriendo y ganara la carrera.
Un
periodista preguntó a Iván: “¿por que lo hiciste?” Iván le contestó:
“Mi sueño es que algún día vivamos en un mundo en el que nos ayudemos
unos a otros para alcanzar la meta”.
El periodista insistió:
“pero, ¿por qué permitiste que ganara el atleta de Kenya?” Iván le
respondió: “No le dejé ganar, él iba a ganar la carrera. Esta victoria
era suya”.
El periodista insistía, y le preguntó nuevamente:
“Pero tú pudiste haber ganado”. Iván lo miró fijamente y le respondió:
“Pero, ¿cuál hubiese sido el mérito de mi victoria? ¿Cuál sería el honor
en esa medalla? ¿Qué pensaría mi madre de esto?”
Los valores se
transmiten de generación en generación. ¿Qué valores enseñamos a
nuestros hijos y cuánto inspiramos a los demás a vivir vidas virtuosas?
La mayoría solo nos aprovechamos de las debilidades y faltas de otros,
en vez de empujarlos para que alcancen sus metas.
ENTRE TEXTOS Y CAFÉ
jueves, 5 de agosto de 2021
El atleta de Kenya y el atleta español
miércoles, 31 de agosto de 2011
MAMÁ ANTONIA HA MUERTO
Antonia buscó a su esposo en diferentes dependencias judiciales, puestos policiales, cuarteles militares y acudió a cuanto lugar le dijeron que podía encontrarlo. Perdió la esperanza de encontrarlo vivo pero nunca renunció a encontrar su cuerpo y descifrar en él lo que le había sucedido. Lo buscó entre montones de cadáveres intentando hallar una señal que revelara la verdad de los hechos.
Fue amenazada de muerte por insistir en su propósito de verdad y justicia por lo que tuvo que huir de Huanta y refugiarse en Lima. Con sus 06 hijos se estableció en el AAHH José Carlos Mariategui, un poblado que recién comenzaba a invadirse. Por esos días, Mariategui no contaba con alumbrado eléctrico ni tenía servicios de agua potable. Sus pobladores tuvieron que unir esfuerzos para conseguir los servicios básicos que ahora tienen. Junto con otras mujeres desplazadas se organizaron para iniciar un comedor popular que les permita atender la alimentación de sus mejores hijos. Lo mismo hicieron con su educación. Todo ese esfuerzo benefició de otras mujeres y otras viudas como ella.
Antonia Zaga supo mantener el buen ánimo a pesar de la tremenda angustia que significaba ser serrana, ayacuchana y tener “problemas” con la justicia. En medio de su intensa búsqueda, supo impulsar a Mariategui hacia adelante; supo ayudar, no sólo a sus hijos, sino a las mujeres que criaban hijos. Supo detenerse para orar y mantener viva la fe en medio de la indiferencia, la soledad, la marginación y la pobreza. Se dio tiempo para consolar y aconsejar a otras mujeres más jóvenes que ella e infundir ánimo cuando la desesperanza rondaba el corazón de sus compañeras. Sin darse cuenta, dejó de llamarse Antonia Zaga y pasó a ser conocida y querida como mamá Antonia. Ella es, junto a mamá Angélica, ejemplo de valor, coraje y espiritualidad.
Hace más de un año que la enfermedad le fue ganando la batalla. A causa de la diabetes fue perdiendo la visión y sufría de insuficiencia renal. No podía caminar y quedó postrada en cama. Le sobraba tiempo para orar. Para salvarle la vida, los médicos recomendaron practicarle una diálisis, (aun que no aseguraron que su salud mejoraría). Por falta de recursos económicos su salud empeoró y se le fue apagando la vida. Quieta y silenciosamente se fue convirtiendo en parte de las estadísticas.
El 14 de Junio de 2005, a las 2:55 de la tarde, mamá Antonia nos dejó para siempre. No la mató la enfermedad física sino la enfermedad social. No murió por la diabetes como creen algunos, murió por la indiferencia “de quienes pudiendo impedir esta tragedia…no lo hicieron”. Murió, como vienen muriendo muchos inocentes producto de esta guerra fratricida: en el olvido, el abandono, la soledad. Estas muertes suele significar nada para quienes, si las que mueren son mujeres, pobres y serranas.
73 años vivió entre nosotros; 21 de ellos los vivió perseguida por la sombra del terror, con imágenes imborrables del horror, que le produjeron angustias insufribles. Ninguna persona, por más fuerte que aparente ser, puede soportar tanta tensión y acumular tanta pena sin ser atendido en su salud mental.
Mamá Antonia ha muerto y sus últimas palabras fueron: “te encargo a mis hijos; no abandones la lucha, sigue buscando a mi esposo”.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)